Para nadie es una novedad que el entorno de los trabajadores chilenos está marcado por la creciente desigualdad económica. Pese al crecimiento económico sostenido de Chile en un 6% anual en promedio, y a ser una de las economías actualmente más robustas de América Latina, la distribución de los ingresos del país es la más desigual de todos las naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En Chile, y sólo en Chile, el 1 % de las personas con mayores ingresos concentra más del 30 % de los ingresos totales, muy superior a otros países en los cuales se hizo la medición, tales como Suecia (9,1%), España (10,4%), Canadá (14,7%), o incluso Estados Unidos (21%), uno de los países más desiguales del mundo occidental. (Fuente: Fundación Sol).
Así, no es de extrañar que los beneficios de esta mayor eficiencia económica del país eluda a casi toda la clase trabajadora y la clase media. El actual modelo de mercado de Chile posee políticas explícitamente diseñadas para trasladar cada vez más riqueza a los más ricos, con un empresariado que ha logrado establecer que sus intereses son preponderantes para el “crecimiento” del país y que las medidas asociadas con la condiciones laborales, salariales y de calidad de vida se consideran obstáculos para la prosperidad.
Como contraparte, Los Sindicatos, quienes históricamente eran los llamados a velar por los derechos laborales de la comunidad y representar al movimiento laboral en sus intereses, enfrentan actualmente una grave crisis de representatividad. El promedio de sindicalización de los países miembros de la OCDE alcanza al 18,1 %, en cambio en Chile llega al 11%. En Noruega, uno de los países más desarrollados del mundo, la sindicalización alcanza al 70 % de su fuerza laboral, mientras que Suecia posee un 68 % de sindicalizados. La negativa percepción de la sociedad chilena hacia estas organizaciones se debe principalmente a que representan demandas que escapan a su real capacidad de negociación, por preocuparse de aspectos que no afectan a los trabajadores en vez de los temas que más los apremian como estabilidad laboral y mejoras salariales, y por el descrédito en que han caído algunos dirigentes, por nombrar algunos argumentos que al parecer de la gente son los que pesan a la hora de apoyar o no un sindicato.
Pero las razones de fondo de esta de crisis de representatividad, que cuesta ver a simple vista, es que en los últimos años este sector ha sido desmantelado, por tratarse de un Ente Indeseado para los intereses de unos pocos, de ese 1% que se lleva gran parte de la torta. La globalización actúa como fuerza para deprimir los salarios y prestaciones, y pone en jaque a los sindicatos. Cuando los empresarios se sientan a la mesa de negociación, señalan que tienen dos opciones: reducir las condiciones laborales para mantener la planta productiva o trasladar sus actividades a otro lugar, que les brinde los beneficios que a ellos, y solo a ellos les favorezcan. Cada vez que los sindicatos, o las comunidades, insisten en defender sus conquistas laborales y su calidad de vida, los dueños señalan que no es económicamente factible, nada personal, sólo negocio. Por lo tanto, la negociación acaba siendo sobre unas cuántas concesiones a cambio de unos cuántos empleos.
Es más, hoy en día la precariedad incentivada en la contratación ha conseguido su objetivo: tener trabajo deja de ser un derecho y se convierte en un privilegio, de tal forma que apenas reparamos en las condiciones en las que lo realizamos. Cuando lo importante es tener trabajo, sea cual sea, sea como sea, ¿por qué detenernos a mirar el salario, la seguridad del trabajador, su protección y su estabilidad? Nos olvidamos de que tan importante como tener trabajo es que este sea digno, que dignifique al que lo ejerce, que lo ayude a emanciparse.
Lo cierto es que, lamentablemente, gran parte de los trabajadores ha perdido su conciencia de clase. El joven que trabaja en la tienda de Retail, el independiente que hace malabares para llegar a fin de mes, el Ingeniero subcontratado por una PYME, el desempleado recién titulado o el profesional de una compañía minera no se siente parte de un colectivo de trabajadores. Los sindicatos han dejado de ser referencia de lucha y de defensa de los intereses del trabajador para una gran parte de la sociedad. Porque lo que realmente se desea es que desaparezca la lucha sindical, con ella la lucha por los derechos de los trabajadores, y ya que estamos en eso, los derechos en sí mismos. Darwinismo económico.
Si como empleado o trabajador no se sienten representados en las estructuras sindicales vigentes el ciudadano irá perdiendo poder de influencia en esta post-democracia en la que, de forma cada vez más evidente, la soberanía le es arrebatada para ser ejercida por oligarquías financieras y empresariales. Pertenecer a un sindicato no nos hace subversivos, ni desleales, ni pro o anti empresa, es un derecho que esta en la constitución chilena y debe ser ejercido como cualquier otro, romper ese paradigma es nuestra obligación como empleados de cualquier empresa en nuestro país.
El nuevo desafío para los sindicatos es demostrar que son capaces de representar los intereses y demandas de los trabajadores en esta coyuntura. Las temas de las estrategias a desarrollar, de cómo asignar los recursos financieros y humanos disponibles, y cómo actuar de manera efectiva y simultánea a escalas local y global, son los objetivos que deben plantearse. Así, hay dos prioridades inmediatas para rescatar el movimiento sindical: convocar al amplio segmento (90%) de los trabajadores no sindicalizados y recuperar poder como decisivo actor económico y, a la vez, cambiar la dinámica política actual.
Desencantados por la forma en que algunas empresas llevan su trato con el empleado profesional, surgen nuevas figuras de responder. Una es esta, la formación hace ya un año del Primer Sindicato de Supervisores de la Minería Privada en Chile. Esta nueva figura es novedosa en fondo y contenido y en cuyas propuestas convergen las esperanzas y el ansia de cambio de un porcentaje de trabajadores eternamente excluido de las reivindicaciones laborales. Las responsabilidades de estas nueva figura son muy grandes, no sólo y fundamentalmente porque tienen que dar respuesta a las exigencias de un grupo de trabajadores en gran medida responsable de otros trabajadores, sino porque tienen que aportar credibilidad a sus propias aspiraciones profesionales. Cómo digo las responsabilidades son muy grandes, tanto como las expectativas, por eso son necesarios cambios estructurales y de aceptación que recuperen una mirada a largo plazo, que generen un bienestar estable tanto para la empresa como para los Supervisores.
Para el caso de nuestra organización, si bien suena como un verdadero hito, y por las razones ya mencionadas, esta figura no ha sido para nada aceptada, nuestra existencia no ha sido la más tranquila. Me imagino que la de cualquier sindicato en Chile tampoco. Hemos sido resistidos por cada cosa que hacemos, incluso en nuestra propia existencia por la mismísima Inspección de trabajo. Pero ya ha pasado más de un año y la calma aún no ha llegado. Creemos que la palabra GRAN MINERIA tiene mucho que ver hacia nuestra oposición, repito, por las razones ya mencionadas. Pero aquí estamos. Y no es poco. No lo es.
La formación de este movimiento no es la crisis del sistema organizacional de la compañía Minera en sí, como muchos imaginan: es la concepción errónea por parte de la plana mayor basada en la poca consideración con el mando medio. Para la obtención de los planes productivos,han sido válidos todos los medios. Esta búsqueda de la excelencia operacional no ha sido llevada adelante para todos, como empresa, como verdadero personal de confianza; no se ha trabajado con un sentimiento leal y de fidelidad a la supervisión. No, desgraciadamente esto parece la estampida que sigue a un terremoto donde en medio del caos se salva solo el que puede. Es innegable que las empresas ha crecido llevando como meta la conquista, donde tener poder significa imponerse y la disconformidad llego al supervisor que siempre tuvo que soportar y esperar por todo.
Muchos afirmaron que lo mejor es no involucrarse, porque los ideales finalmente son envilecidos como esos amores platónicos que parecen ensuciarse con la encarnación. Probablemente algo de eso sea cierto, pero las desigualdades laborales presentes reclaman su resolución. Aún así, no entendemos las reticencias de algunos compañeros de profesión a la hora de definirse como socios, siendo ya seguidores del sindicato. Y nos sorprende el empeño de algunos en distanciar o diferenciar al profesional que se encuentra o no dentro de la organización. Definirse ideológicamente en un objetivo común no es ni bueno ni malo. Forma parte de la ética profesional y es natural que así sea. Si laboras para mejorar tu lugar de trabajo, ¿cómo no hacerlo a la necesidad de mejorar el mundo que te toca vivir, ante la visión de una realidad poco justa, desigual? Y nosotros miramos la realidad y formulamos el deseo de una empresa más justa en función de la estructura ideológica con que sustenta su ética y su condición de sostenedor de todos sus integrantes.
Con lo que se está diciendo. ¿Es reprobable decir que se deben definir a favor del objetivo común? Más bien nos parece urgente. No creemos que todo supervisor tenga que ser comprometido ideológicamente. Simplemente decimos que si lo es, bienvenido sea. El prejuicio en torno a que un profesional quiera ser parte de nuestro sindicato que lo estigmatiza como subversivo y desleal es el mismo que distancia a la gente de una forma de vivir en una sociedad mas justa. Es lo mismo que distancia a la gente del debate político.
Seguir sus ideales no los convierte en enemigos de su empresa, sino que todo lo contrario, los eleva al estatus de verdaderos profesionales. Somos lo que somos. Y arrastramos dudas y complejos porque la orfandad de algunos colegas nos desampara ante un ambiente cruel y vertiginoso. Sólo pretendemos hacer de nuestro lugar de trabajo un sitio mas amable que nos ayude a sentirnos acompañados, que se generen espacios de encuentro para que entendamos que no estamos solos. Para que entendamos que lo que se logre será para todos.
Creo en la posibilidad de una sociedad mejor por una mera cuestión de sentido común. Aunque sólo sea apelando al instinto de conservación de la especie tenemos que entender que debemos reorientar el rumbo de un modelo social y económico que no da respuestas a las necesidades reales de la mayor parte de los seres humanos. Es probable que sintiendo que el sistema, que el modelo no se compromete con nosotros, no atiende a nuestras necesidades, nosotros dejemos de comprometernos con él. Es también probable que entendamos que estamos solos en el cuestionamiento de ese modelo, porque somos incapaces de poner en común nuestras preguntas, nuestras dudas y ni que decir nuestra propuesta. Y quizá sea eso lo que buscamos, esa última llamada como seres humanos desde la certeza de que otro mundo mejor no sólo es posible y necesario, sino también inevitable. En palabras simples y para nuestros efectos, después de la tormenta siempre llega la calma. La calma que vendrá. La calma que aun no ha llegado.