Hace medio siglo, Chile vivió uno de los episodios más oscuros y dolorosos de su historia: el golpe de estado. Es un momento para recordar, reflexionar y comprometerse con los principios y valores que deberían guiar a cualquier sociedad que aspire al progreso y bienestar de sus ciudadanos.
El valor primordial es claro: La democracia se debe respetar siempre. Nada justifica interrumpir la democracia ni las vulneraciones a los derechos de las personas. Siempre se debe encontrar una alternativa a la violencia.
Un gobierno electo democráticamente es la manifestación de la voluntad de un pueblo. Participar en su sabotaje y posterior derrocamiento no solo atenta contra esa voluntad, sino que es, en esencia, un acto criminal. Documentos desclasificados han demostrado que hubo una conspiración planificada contra el gobierno de Salvador Allende incluso antes de que asumiera el poder, con apoyo logístico y financiero de potencias extranjeras. Los militares que se mantuvieron leales a la tradición republicana y democrática del país fueron silenciados, subrayando la naturaleza autoritaria del acto.
Pero el golpe no se limitó a derrocar a un gobierno. Sus secuelas más sombrías se manifestaron en la persecución, tortura y asesinato de aquellos que simpatizaban con el gobierno derrocado, marcando a la sociedad chilena por generaciones. Tal actitud remite a episodios oscuros de la historia mundial, donde grupos, bajo el pretexto de proteger a su nación, categorizaron y persiguieron a otros. Al igual que los nazis se refirieron a sus víctimas como “judíos”, los seguidores del régimen militar usaron el término “marxistas”. En ambos contextos, bajo el disfraz de proteger la libertad y la nación, se llevaron a cabo atrocidades injustificables. Esta hipocresía, este actuar doblemente criminal, no puede ser olvidado ni minimizado.
Nacer en democracia es un privilegio, y permite observar la historia con una perspectiva objetiva y sin rencores. Pero ello no implica olvidar. Creer en un Chile democrático, avanzando hacia el desarrollo con derechos sociales y libertades individuales, implica recordar y aprender de su pasado.
Nuestra postura no debe ser de división, sino de unidad en torno a valores comunes: democracia, verdad, justicia, tolerancia y respeto por los derechos de todos, independientemente de si coincidimos o no con sus ideas.
La lección más grande que nos deja esta fecha es la necesidad imperativa de proteger y valorar nuestra democracia, entendiendo que nada justifica el quiebre violento del orden institucional ni las vulneraciones a los derechos humanos de quienes piensan distinto. Es sobre esta bases que se deben encontrar puntos en común, respetando las diferencias, para avanzar al país próspero y justo que merecen las actuales y futuras generaciones de Chile.